19.12.10

Sobre la Mentira y la Verdad

El hombre camina junto a Ella. Ambos creen que el amor y la magia se funde entre sus cuerpos.

Se sienten especiales, únicos.

Cada noche, él la mira, descubre el infinito y luego se duerme. Tranquilo, sollozando, se duerme.
Ella, en cambio, piensa en lo perpetuo. Siente que la verdad está en lo perdurable del lazo. Hay que mantener la cuerda que los úne lo más estirada posible. Aunque esté por quebrarse, hay que arreglarla. La obsesión por el parche, por el remedio. Ella elige la fantasía del arreglo como solución.

Eso es la felicidad: lo cotidiano y el Otro. Todo junto.

Una tarde, salen del supermercado. Las bolsas, sostenidas por la mano derecha de ella y la izquiera de él, se mueven en péndulo. Las otras manos, anudadas fortaleciendo el momento. Encerrando siglos de costumbres, haciendo la mímesis del amor. De pronto, Otra pasa por su lado. Una diferente, alguna más que bien podría ser como Ella, pero la necesidad de afirmarse continuamente ante los mismos ojos rompe ese pensamiento. La atadura al hábito imposiblita. Constantemente prohíbe.

Durante cinco segundos, la Otra y Él se miraron. Fundaron un mundo independiente, irreal, vital. Al mismo tiempo, confirmó la necesidad de la costumbre y la idea del amor. Prevalecer el cotidiano ante la milésima del encuentro. Ella no es la Otra, Ella ya es Ella y nunca podrá ser esa Otra. No hay modo de lo que sea. Y por eso la ama.

Pero la Otra, es la vida. Ese mínimo momento en el cual la realidad fue atravesada es la Verdad.
Lo otro -o Ella- es saberse sostenido y anclado. Los cinco segundos son el cruce eterno, imposible.

El temor a que todo se deshaga en fracciones de cinco segundos lo úne a Ella.
Y a eso, le llaman amor.